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lunes, 28 de septiembre de 2009

Crítica de El secreto de sus ojos...

Argentinos que en el Festival se quedan sin Conchas... Si al final habrá que alegrarse... por las bromas, digo.



El secreto de sus ojos viene a confirmar a dos personas: Juan José Campanella como director inteligente, volcado en la sensibilidad de sus protagonistas, que crece con cada película como realizador y que vive obsesionado con un tema universal: el amor. Y Ricardo Darín, el monstruo malhablado, ojeroso, que encara cada frase del texto con una honestidad insuperable. El actor grandísimo con el que uno siempre está en deuda: los directores por su talento, los espectadores por su capacidad para la credibilidad, para representar al tipo que conocemos, los sentimientos que identificamos.

Y como ya conocíamos a ambos, Campanella elige un texto ajeno para elaborar su primer clásico. Porque esta película de género (policiaca, de suspense, un thriller) tiene la forma geométrica del clásico cinematográfico. La obsesión por un caso mal resuelto, que el judicial al cargo no terminó de cerrar y que le ha perseguido durante toda su carrera, vuelve años después, cuando todos sus protagonistas han terminado su ascenso, llegando a ese momento de madurez en el que se puede perdonar porque no hay nada que perder.

Y junto al tema central del delito y sus responsables, encontramos que ésta es, una vez más, una película de amor. Es curioso, porque aunque es el argumento de Campanella, por antonomasia, aunque Darín y Soledad Villamil se compenetran a la perfección, aunque cada plano de romanticismo blandito nos lleva por la senda que quiere el director, y aunque por el lado contrario se le vaya la mano con el final (un poco demasiado largo, explicativo y dramático), estamos deseando que se retire la pasión amorosa y vuelva la tensión policial a la película.

Hay que agradecer, además, dos rasgos del cine de Campanella que nunca aburren aunque siempre se repitan: el secundario encargado de iniciar la comedia y de exponerse como un San Sebastián a los dardos de la ternura, y el propio humor que se desprende en el interior mismo del drama. Esta vez el secundario ya no es Eduardo Blanco, al que vimos haciendo una y otra vez el mismo papel en El Hijo de la novia, El mismo amor, la misma lluvia, y Luna de Avellaneda. Aquí, el amigo íntimo, desdichado y alter ego del protagonista (como el tontorrón simpático de las pelis de animación de Disney, igual) es Guillermo Francella quien, pese a que llega para representar el mismo personaje, tiene una actuación deliciosa, divertida, entrañable y digna de elogios.

Y el humor, que pone este "papanatas" y que refuerza ese piquito de oro que Dios le dio a Darín, lo tensa esta vez Campanella hasta la caricatura. Tiene tiempo (es larga, la peli) y se nota: lo verán por ejemplo en las escenas del juez abroncando a Darín y de los dos protagonistas colándose en la casa del sospechoso. Escenas largas, desarrolladas con esmero, sin necesidad de recortar.

Todos tienen su momento de gloria en esta cinta que va ganando fuerza conforme pasan días después de verla: Villamil rompe en dramatismo en el interrogatorio; Francella en el monólogo del bar, dando las claves para la resolución; Darín siempre que frunce el ceño, siempre que la cámara se detiene en su mirada; y Campanella, que elige que sus mensajes se vean venir de lejos, que prefiere esta vez metáforas muy claras, muy clásicas (los ojos, la puerta, la foto, el tren...) y que a la vez rueda sus mejores tomas desde hace años (el plano secuencia del estadio de fútbol es magistral, como varias interiores de los juzgados).

Así que iba como co-favorita para el Festival de San Sebastián, normal. Arrasó en taquilla en Argentina cuando se estrenó, sorprendiendo incluso las predicciones más optimistas. Es que el cine argentino nos gusta mucho, pero aún nos interesa más que de vez en cuando abandonen el melodrama romántico para apostar por algo nuevo, y cuando el maestro creador de El hijo de la novia se atreve a hacer cine de género, y lo hace bien, hay que agradecérselo en la butaca.

En Estar Vital de noviembre, entrevista con Ricardo Darín.

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