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jueves, 21 de diciembre de 2006

Alasqueña salerosaaaaa!!

Amiguitos,

dice la Real Academia: Alasqueña (o Alaskeña; o alascana -alaskana-) aquella habitante del Estado de Alaska, USA.

Y como yo voy a ser habitante en estos días, pues eso, Alasqueña. Y como ya no me parezco mucho al dibujo avatar del blog, pues llevo el pelo inflamado y corto, voy de lo más salerosa.
Esa es la explicación del titular.

Os deseo a todos una feliz navidad, tan feliz al menos como va a ser la mía, que vuelo a Alaska aentrar en calor. Este blog quedará desatendido hasta los primeros días de reyes o hasta que a mí se me pase el mareo, el jet lag o el sofoco.
besos polares

martes, 19 de diciembre de 2006

mi "menistra"

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Mi ministra, "menistra" en madrileño cañí, es rubia, alta y delgada, como tu madreeeee....
Y además se llama Elena, como la mía.

Y se preocupa de nosotros como eso mismo, como una mamá de sus polluelos pequeños e indefensos.
Por eso no nos deja fumar.
Por eso no nos deja comernos una hamburguesa.
Por eso no deja a los niños que tengan una máquina de coca colas en el cole
Por eso no nos deja comer sushi ni sashimi fresco en un restaurante japonés (aunque nos lo cobren, y a precio de oro...) -no es por el Anisaki, es que a ella le da asco. Igual está embarazada...-
Por eso, ahora, tampoco nos deja beber vino.

Hala. Alguien debería decirle a mi ministra, y por eso este post, que no, que la ingesta del alcohol juvenil no se frena prohibiendo el vino, porque los jóvenes NO BEBEN VINO!!!
Que se lo digan a los de mi tierra nativa, si no, que ya no saben qué inventar para que esa franja de edad que se emborracha en los parques con tequila malo y vodka oloroso dejen los licores transparentes y se pasen al tinto.
Tantos años de políticas proteccionistas con la mejor producción que tiene España (junto al aceite), y ahora viene mi ministra protectora con la tijera de podar.

Estoy más que harta de madres y padres políticos, de pepes y pepas putativos que se preocupan por mí más que yo. Así que me voy a salir a fumar un cigarrillo, antes de comerme un pollo sin gripe a mediodía, y me iré a cenar hoy a un japonés y mañana a un asador, a que me den chuletón con hueso -como el del sábado, ñammmm-, y pediré vino, y luego, por fastidiar, pacharán destilado en alambique de casa (que también está prohibido).
Lo de la hamburguesa lo dejo para otros, eso sí.

¡¡¡¡¡El mineralismo va a llegaaaarrrr!!!!!

lunes, 11 de diciembre de 2006

El traje del rey


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El traje del rey, durante estos años, ha sido un traje triste de asesinatos y humillaciones.

Y como en la fábula, siempre hay alguien que no se da cuenta,
que no lo ve.

Pinochet pinocho ha muerto.

Amigos chilenos, aquellos que se conduelen porque haya muerto sin juzgar, no lloréis.

Hay algo de lo que Chile puede estar muy orgulloso: hace ya casi diez años que le quitásteis al dictador la inmunidad, palabra hedionda.

Parece poco, pero no lo es. Eso llevo al dictador al conocer una docena de banquillos judiciales en sus últimos años de vida, de una vida sin arrepentimiento y con muy poca vergüenza.

Eso supone una lección para todos los pueblos temerosos que nunca hicieron ni hacen nada por mostrar su rechazo a la violencia y a la tiranía.

Chile es un pueblo fuerte.

Esta noche brindaremos por ellos.


martes, 5 de diciembre de 2006

Nada, las paredes seguirán calladas

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Pues sí, pues no, que caiga un chaparrón...

Nada, que no se muere. No había decidido aún qué hacer con mi botella de champán, pero está claro que tendré que relegarla otra vez al rincón de los trastos inútiles.
Y los telediarios preocupados por el "funeral de estado"... Ay, inocentes.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Qué dirían las paredes, qué dirían


Yo tenía reservada una virtual botella de champán para descorchar en estos momentos.
Estoy en un sinvivir: se muere-no se muere, se muere-no se muere... Y la botella está alucinando: la enfrío, la saco, la meto al congelador, la dejo al aire...
Parece que sí, que esta vez sí que se muere, pero de pronto se queda estable, ¿a ver si va a volver a librar...?
No es la primera vez, cada cierto tiempo, la botella de champán empieza a rondar por ahí, pero como no la abra de una vez se va a picar.


Pero ya no. Ya no me interesa el champán. Hablaba ayer por teléfono con un amigo mío chileno que me aseguró que él sí brindaría, en la distancia, y que pensaba chocar la copa conmigo, allá en su mente.
Pero no sé si descorcharé, esta vez. Es un viejecito, sí, pero se ha cachondeado muchos años. Y se va a morir, si se muere, sin pagar sus deudas. Como tantos, lo sé, pero me amarga el trago.
Otro que se escapa de la justicia, y no hablo en absoluto de la ley.
Qué asco.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Madero, apártate de mi vino

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Mi primera experiencia con líquidos en un aeropuerto fue ayer.
Había estado en un feria de turismo en Barcelona, y entre los muchos catálogos e historias que me dieron había semioculta una botella de vino que inocente de mí guardé en la maletica que llevaba.
Pues bien, claro. Cuando yo llegué al aeropuerto y pasé la cinta del control de entrada, un cachondo policía me retuvo:
-De quién es esta maleta?
-Mía –grité yo, alegremente-.
-Llevas una botella de champán –advirtió el hombre arrastrando las palabras como quien pilla antes a un mentiroso que a un cojo.
Yo pensé, primero, que era mentira, y segundo, que era adivino…
Pero caí. Ah!! Cierto! La botella del Piamonte!
Así que abrí la maleta, busqué el estuche, lo abrimos y descubrimos la joya: un tinto del Piamonte con etiquetado especial y esas cosas. El poli quería que yo facturara la maleta, cosa que no estaba dispuesta a hacer, qué incordio. Así que el poli propuso:
- Entonces, hay que destruirla.
¡Destruirla! Y lo dice tan tranquilo! ¿Cómo va a destruir una botella de vino italiano?
-Pero, hombre, cómo la va a destruir. Quédesela y se la bebe a mi salud…
Que no y que no. Que si no convencía al jefe de polis del aeropuerto, él no se podía quedar nada de nada. Y mientras, el pobre compañero encargado de vigilar el scanner nos echaba unas miradas esperanzadas de reojo, que estaba dándome una pena…
Jajaja. En fin. Que no hubo manera: ni para mí ni para él. Decisión neo-salomónica: en vez de partir la botella, a destruirla. Así que el poli la alzó sobre un contenedor, me llamó: “Mira, mira”, se partió de risa y abrió la mano. Y la botella cayó, pobre, descoyuntándose al contacto con el duro suelo.
Y, ¿sabéis? Ni siquiera me dolió la terrible pérdida de 75cc de vino tinto piamontés, seguramente seleccionado entre lo mejor de la bodega para estos agentes de viaje con tanta pasta. No me dolió, solo vi el surrealismo absoluto al que estamos llegando. Porque cinco minutos más tarde me compré una botella de agua en el Duty free y me la subí al avión. Líquidos rojos no, transparentes con iva del aeropuerto sí. Total, si llevo el explosivo en polvo y lo disuelvo en el agua mineral de la tienda, ellos hubieran cumplido con su deber, y en un mes ya no nos dejarían ni beber, ni mear, que todo es líquido.
En fin. Consumo e irrealidad.

lunes, 27 de noviembre de 2006

Me gusta


He retomado una de las costumbres que me reconcilian con Madrid, ciudad impía.
Pasear por Madrid, cosa que no es baladí (mira qué rima), anda que no es grande… Aquí un buen paseo es toda una caminata, pero este lugar ruidoso, sucio y pueblerino se transforma por la noche. Es una ciudad nocturna: el contraluz de las farolas la embellece; y mucho más en esta época pre navideña, con todo su aliño de luces pero no atragantada de gente.

Me gusta soltar vapor por la boca, canturreando en voz bajita porque me da vergüenza que me oigan. Así que voy serpenteando, de calle ancha a callejuela solitaria, en una miro arriba y respiro el neón y las castañas y en otras extiendo los brazos y fraseo una estrofa, o recojo el paraguas como Gene Kelly.

Me gustan los caramelos de encaje rojo, azul, amarillo y verde que ha creado Agata la de la Prada para la calle Ortega y Gasset. Me gustan las nubecillas de la Gran Vía, y la cascada azul de Colón, con su Adeste Fideles en letra y pentagrama sobre el agua de plástico.
Me gustan los muelles amarillos que cuelgan de la Castellana, y me gusta que por fin haga algo de frío, caray, para arrebujarme en el edredón, para acelerar el paso con la cara roja y ver, con superioridad, esos catarrillos ajenos…
Me gusta que Gallardón quiera volver al medievo, no sólo cavando zanjas (eso no me gusta), sino también (y es lo que me gusta) con todos esos banderines que ata a las farolas. Ahí pone sus publicidades, los avisos culturales, las ferias de la ciudad, y me encantan: ondean al viento como los pendones de las justas de los nobles.
Me gusta que suenen –de vez en cuando, eso sí- algunos villancicos, porque así echo de menos aquellos que cantábamos a pulmón Hugo y yo por las calles de Pamplona, en las navidades de nuestra reciente post-adolescencia.

¿Qué os gusta de Madrid? ¿Qué os gusta de vuestra ciudad? ¿Qué os gusta de la Navidad? Venga: “Me encanta…..” ¿qué?