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jueves, 14 de junio de 2007

Super-Trich, el Monstruo de los Cajeros.

Tenemos semana de héroes, señora.

Una banda de rumanos, espectadores acongojados y una joven indefensa. Sirenas de policía en lontananza (sí, esto lo pone mi imaginación). El escenario, un cajero de Caja Madrid de cualquier calle de la capital.
Con agilidad dactilar, la joven -en adelante Trich- pulsa número secreto-sacar dinero-otras cantidades-10 euros cuando ve con sorpresa una hoja de periódico tapando la pantalla y la ranura por donde debe salir el dinero.
Atónita, se gira dando manotazos al aire y encuentra la oposición de dos jóvenes rumanos que le empujan mientras uno de ellos pulsa algo en la pantalla, algo que Trich no puede ver. Se asusta entonces y su mente trastornada rechaza el concepto de peligro. Trich empieza a gritar como una hidra: "¡Que me roban! ¡Socorrooo! ¡Apártate de mi dinero! ¡Maldito tunante!", y otras cosas peores que no se ponen en un blog.
Pero, ¿la ayudaron? ¡No! Los espectadores ejercían de mirantes, aislados todos en su soledad, con la boca abierta y el corazón encogido, sí, pero también con las piernas y brazos inmóviles y cierto ceño de curiosidad.
La banda de rumanos maleantes (que eran dos, de modo que pueden ser banda) empujó entonces a la joven y se hicieron con la tarjeta de Trich. Pero ella se zafó, les arrebató de malos modos la misma tarjeta de las manos y ellos, con gesto de perplejidad, marcharon calle abajo con su hoja de periódico grasienta de delito.
Pero, ¡ay! Trich se da cuenta entonces de que la ranura del dinero está vacía. ¡Horror! ¡Tanto trabajo para dar sus frutos a unos ladrones! ¡No! El sentimiento de injusticia es tan grande que todo el cuerpo de la joven gira, se estremece y deja paso a la hidra, a la heroína, a SUPER TRICH!!
SuperTrich corre calle abajo y, al grito de ¡Devuélveme mi dinero, hijo de puta! le arrea al rumano más cercano un puntapié soberano, aplicado con impulso, que va a pegar donde no hay hueso. Aún va SuperTrich a seguir la paliza, con las fauces abiertas y salivando improperios, pero el rumano abre mucho los ojos con gesto herido y se muestra a sí mismo el contenido del hurto, aún en su puño cerrado.
¡Son diez euros! Claro, el rumano lo ve y se le queda cara de alucinado. Seguramente lo que farfulló en su idioma natal fue: "¡Toma tus diez euros, loca de mierda!", cuando entregó el montante del robo a SuperTrich.
Ella, dignísima, se giró satisfecha del deber cumplido y recibiendo los ánimos de un espectador acongojado: "Has sido muy valiente, ¿te han robado mucho?".
Manda narices.

Con esos diez euros recuperados, SuperTrich envolvió a las hydras en los rizos de su pelo, paró un taxi porque le temblaban las piernas, y se echó a llorar.
El taxi le costó 6,5 euros.

Hay momentos heróicos por diez euros.
Para todo lo demás, Mastercard.

viernes, 1 de junio de 2007

Madero, apártate de mi cerveza

Lo más triste del mundo es parafrasearse a uno mismo, pero... tomémoslo como una inocente recurrencia.

Los maderos de mi barrio se están replegando, comienzan a abandonar nuestras calles e intersecciones. Pobres. Son buenos, los locales, con su gorra de plato y sus petos fosforitos, se tienen que sentir incluso un poquitín ridículos. Buena gente. Como el local que estuvo el otro día compartiendo un café con nosotras en el 2 de Mayo, hablándonos de sus tiempos en la legión y de que la gente del barrio está hasta las narices de no poder dormir, explicando con claridad donde les metería los bongos a los hippies... (en su caaasa...)

Ahora que los locales van desapareciendo, los chinos han vuelto a vender cerveza, gracias a Dios y a Buda. Ahora, ya no tienes que gastarte los cuartos a las nueve y media de la noche en un bar por una simple birrilla para llevar. Que luego, en las intersecciones, la media docena (ya no son pareja) de locales te hacían abrir lo que llevaras, como si esto fuera USA. Ahora no, un susurro, ochenta céntimos, una cerveza. ¿cómo puede estar prohibido vender cerveza en un ultramarinos? Maldita sociedad ultraprotectora...