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jueves, 26 de marzo de 2009

Pesimistas solidarios

José Saramago, que tiende a la literatura brutal -para mí, maravillosa- y que no se caracteriza por una fe ciega en la raza humana, dijo el otro día:

- Desde el momento en que el hombre nace para morir, tiene sentido ser pesimista. Es un sentimiento lógico en el ser humano. Y de todos modos, si para el optimista, que ya es feliz, todo va a estar bien, sólo podemos confiar en los pesimistas para que cambien el mundo.

domingo, 1 de marzo de 2009

Los rompe-cráneos y los piercings

Esta noche he cogido un taxi en la Latina. Con un chico. El taxista era un chulo. Un auténtico macho ibérico, ejemplar ejemplarizante del violento rompe-cráneos que habita en las laderas asfaltadas de Madrid. Con un comentario absurdo e inocente -tipo "ves como aquí no se puede dar la vuelta... Teníamos que haber cogido el taxi un poco más abajo"-, el propietario del taxi con licencia número O9834 nos ha echado del vehículo al grito de "pues a mí me toca los cojones donde queréis coger el taxi! Qué pasa? Que os vais a bajar, hijos de puta?!"
Y nos hemos bajado, claro.
Nos ha seguido, y mientras yo intentaba ponerle de manifiesto, de muy buenos modos, su total falta de cordialidad, su manifiesta agresividad, el taxista histérico se daba a los gritos y amenazas con mi compañero de taxi. Incluso ha salido del habitáculo, dispuesto a liarse a ostias. Yo no existía, no estaba allí. Mis frases no hacían mella en la conversación ajena. Una ha surtido efecto: "Nos vamos a la policía y que ellos determinen si te pagamos los 3,20 € de los cinco metros que has recorrido".
A la policía que nos fuimos, dos jóvenes agentes. Mientras mi compañero discutía sobre la burocracia necesaria para inmovilizar y sancionar al asqueroso ejemplar de rompe-cráneos, yo me fui con el otro policía a preguntarle si pagaba o no. Oía al otro policía y a mi compañero de taxi proferir muchas palabras, muchos argumentos, muchos de ellos entrecortados por el calor del momento de indignación. Y el agente que me acompañaba, en pocas palabras, me dejó ver que podía no pagar y estar dos horas en comisaría, no pagar y ser denunciada, denunciar al energúmeno -con pocas posibilidades- o pagar y pedir recibo para ir mañana a reclamar en la compañía. Con esta última opción, aún he tenido ocasión de desahogarme y soltarle dos verdades al tipejo, influenciado claramente por algún estimulante ilegal.
Fin del episodio.
Reflexión: No se han partido la cara el taxista y mi compañero porque yo estaba delante. ¿Por cortesía? ¿Por cobardía? En absoluto. Es porque, en el fragor violento de la discusión, yo no estaba presente a sus ojos. La chica no está, no existe. Y eso pasa siempre que hay una pelea en la que se ven involucrados una chica, un adversario, y otro hombre. Ella no existe. Ni se le escucha ni se le ve.
Conclusión posterior: Algunas chicas -algunas, pero no por ello es menos cierto- se ponen piercings, se tatuan, se visten con ropas masculinas, se rapan el pelo, entran en bandas y se comportan como tíos para que a ellos se les olvide que son hembras, para que se oigan sus protestas en un mundo dirigido por la testosterona, cegadora y agresiva, de los gallos del corral.