Buscar en este blog

jueves, 5 de noviembre de 2009

SOLIDARIDAD DE BATALLA

iNGENIO PARA EL TERCER MUNDo
“A VECES, un pequeño invento puede resultar de extrema utilidad”. Lo dice Sabine Dolan, corresponsal de Unicef. Y para encontrar esos pequeños inventos trabajan miles de personas en las instituciones más prestigiosas del mundo.
Buscan los ricos soluciones prácticas y baratas que puedan usar los pobres para mejorar su vida.





EL INSTITUTO TECNOLÓGICO de Massachusetts (MIT, en sus siglas en inglés) es una de las instituciones educativas más importantes de Estados Unidos y, por extensión, del mundo. Su prestigio es extraordinario en ciencias, con las ingenierías como bandera. De allí sale buena parte de las innovaciones tecnológicas que después se aplican en el resto del mundo y es una de las universidades que más ganadores ha aportado a los premios nobel. Entre sus miembros se han encontrado personalidades mundiales como Tim Berners Lee, el famoso lingüista Noam Chomsky, el astronauta del Apollo 11 Buzz Aldrin o el ex primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.

Pues ésta, tan prestigiosa institución, que nunca ha puesto barreras al origen de sus internos, tiene hoy en día uno de los principales laboratorios del mundo, el D-Lab, donde se desarrollan inventos baratos, prácticos y eficaces para dar soluciones viables a los problemas del Tercer Mundo.

Entre los muchos estudiantes, profesores y personas de todo el mundo con habilidades especiales se encuentra José Gómez-Márquez, un hondureño que ha ganado esta edidión del premio del MIT al Humanitario del Año. Este premio es afín a esa filosofía de solidaridad práctica con los países pobres y las invenciones de gómez también lo son.

Ha sido premiado por su capacidad para desarrollar instrumental médico de bajo coste y que necesita pocos medios para ser accesible. Por ejemplo Aerovax, un sistema de vacunación que se
inhala por la nariz, y que empezamos a conocer en los países “ricos” por ser la solución más actual para la Gripe A. Otro de sus grandes ingenios es algo tan simple como un cupón que se reparte entre los enfermos de los países pobres que necesitan seguir de forma periódica y disciplinada un tratamiento con medicinas. Si se toman el fármaco cuando corresponde, dejan una muestra en el cupón y cuando lo terminan reciben premios.


Un ‘outlet’ de tecnología
En el mundo hay ya más de mil millones de personas pobres de necesidad, entendido como aquellas personas que viven con menos de dos dólares al día. Para ellos trabajan cientos de personas aquí y allá, devanándose los sesos y raspándose las manos para ensayar cómo hacer que las mujeres africanas lleven agua a sus aldeas con más facilidad, cómo generar energía con fuentes cotidianas, con estiércol o vegetales, cómo crear sillas de ruedas prácticas y baratas,
cómo almacenar los alimentos que brotan en una buena cosecha, cómo prevenir con sencillez una epidemia.

Pero esta tendencia no es nueva. Gota a gota, los medios de información nos ofrecen de vez en cuando alguna buena noticia en este sentido, aunque no veamos los avances en conjunto.
Por ejemplo, el año pasado conocimos un invento del CIMIT de Boston, el Centro de Medicina y Tecnología Innovadora. Se trataba de una incubadora para bebés prematuros de países pobres, que estaba fabricada con piezas de coche.

Por un lado, reducía a la mínima expresión su coste (que pasaba de los 28.000 euros de una incubadora “oficial” a 700 euros). Por otro lado, al no estar compuesta por tecnología desconocida o por materiales extraños o delicados, sino por hierros y componentes típicos de los coches, cualquier mecánico podía repararlas si se estropeaban.

Un todoterreno Toyota servía de base, por cierto, porque era el modelo más frecuente de las zonas objetivo, aunque se aseguraron de que los recambios pudieran venir de cualquier marca. Sus funciones eran las mismas que las de cualquier incubadora: proteger al recién nacido en un entorno aislado y acondicionado, pero las posibilidades de que mucha más gente las pudiera usar se multiplicaban.

En la Universidad de Toronto, también hace algún tiempo, su departamento de nanotecnología (tecnología microscópica) identificó las diez aplicaciones con mejor impacto en el Tercer Mundo. Los principales hacían referencia al tratamiento de aguas contaminadas utilizando nanofiltros o esferas nanomagnéticas. La idea puede ser excelente, pero su aplicación real en los países pobres es otra historia. Por eso, la recomendación primera de la Organización de Estados Americanos desde hace años es lo más sencillo: meter el agua del río o la poza en una botella de plástico y exponerla unas horas al sol tropical. Es práctico y su eficacia eliminando microbios es aceptable, así que aún es la prioridad.


Maní contra la hambruna



Esas mil millones de personas que no tienen ni dos euros al día, pasan hambre. Hambre de verdad, a diario, de la que desnutre y mata. Y como consecuencia de la pobreza se ceban las enfermedades en sus víctimas hambrientas, que no tienen recursos para ir a un hospital. Así, la desnutrición ha sido siempre una de las máximas preocupaciones de los organismos supranacionales, sobre todo en la infancia.

Para paliarla se han probado decenas de soluciones, pero la más eficaz de cuantas se pueden contar se le ocurrió un día a un francés mientras untaba una tostada de nocilla. La pasta de cacahuete con una “bomba vitamínica” incorporada se conoce como Plumpy Nut. UNICEF lo llama “el producto mágico” y no es de extrañar, porque consigue devolver el peso normal a un niño moribundo por la desnutrición en sólo dos o tres semanas. Dicen que no falla nunca.

El misterio es bien sencillo: otras soluciones nutricionales son más perecederas, por su materia prima o porque incluyen agua que se descompone. También las que debían ser disueltas requerían agua potable, no contaminada, y cierta pericia en la dosis y la elaboración. Las madres de familias numerosas y desnutridas no suelen tener mucho tiempo y tampoco pueden estar con uno de sus hijos en el hospital, sin atender al resto.


Plumpy Nut, sin embargo, es una pasta que viene presentada en una bolsita de aluminio, hermética. Con dos bolsitas al día un niño engordará y se lo comen con gusto. No le llega la luz, no se descompone, dura varios años almacenada, sólo hay que chupar su contenido y su sabor es dulce y conocido en los países desfavorecidos. Es un RUTF, un producto terapéutico –no para comer a diario, sino para tratar malnutriciones ya existentes- listo para usar y de alto valor nutricional, según el protocolo de la Organización Mundial de la Salud. Además, se fabrica también en algunas de las áreas con las que se trabaja, como en Níger, donde los operarios cobran el doble del salario estándar y producen 40 toneladas de producto al mes. En una crisis humanitaria por hambruna, éste y otros productos similares son salvavidas.


A la crisis económica mundial se suma la alimentaria.
Resultado: mil millones de hambrientos


ANTIMALÁRICOS DE MERCADILLO
Siempre hay personas que permanecen atentas a las nuevas posibilidades de ayuda. Hace un par de meses concluyó un estudio multinacional que encontró una pastilla contra la malaria, la SP, sulfadoxina pirimetanina, tan antigua que su patente había caducado. Cuesta menos de 20 céntimos y se puede trocear para tres tomas de un bebé, que son las necesarias para cumplir su función. Este medicamento ofrece una protección contra la malaria eficaz en un 30%. Parece poco, pero la vacuna que se está estudiando ya en niños no va a dar una protección mucho más alta, y de momento la SP es más barata y puede evitar un 30% de casos.


previsiones fatales

ALGUNAS DECEPCIONES
Los últimos informes de la FAO son deprimentes. La agencia de la ONU para la Agricultura y la Alimentación ya ha advertido que, con esto de la crisis, además de haber 200 millones depersonas en riesgo inminente de morir de hambre, podemos irnos olvidando de los Objetivos del Milenio, ese catálogo de buenas intenciones que la ONU quería realizar para 2015. Los logros obtenidos, en algunos casos, han ido hacia atrás por esta crisis general. Por ejemplo, la erradicación del hambre y la pobreza extrema, como vemos. Y mientras, leemos cosas como que el gobierno de la India haya bloqueado la distribución de Plumpy Nut porque quiere una alternativa nacional, aunque sea Unicef quien lo pague y lo lleve a las dos regiones indias con la mitad de sus niños malnutridos.


TXT: Eva G. Tanco