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lunes, 29 de enero de 2007

El Día de los Raros

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¿Era ayer, por casualidad, el Día Internacional de los Raros? ¿Era su sede de concentración Madrid, acaso?
Dos ejemplos:

ocho treinta de la mañana, Plaza España, un señor chino, bajito, moreno, con un chandal oscuro hace cosas con los brazos. Una señora china, rubia, delgada y bajita, con otro chandal verde claro imita todos sus gestos. Pero el de oscuro no se pica. Igual es que están sincronizados. Levantan una pierna, la estiran a un lado, pasan un brazo mirando al cielo por delante de su nariz, se llevan el otro al tobillo. Muy raros. No miran las estatuas y hace un frío que pela, y la gente que pasa les hace fotos. Yo no, que voy al trote. Oigo que alguien dice: "Mira, qué guay, haciendo tai chi..." ¿Serán de la misma secta?

cinco treintaycinco de la tarde, metro de Argüelles, línea marrón. Me siento en el vagón (en Argüelles inicia la marcha, y siempre hay sitio) y me pongo a leer mis cositas. De pronto, oh situación inaudita, oigo una carcajada. Jajajaja!!! Alzo la vista, y una señora con los ojos chiquititos por la risa intenta en vano ahogar su alegría. Mi cara es de estupor, dicen que si uno se ríe solo es que está loco. Vuelvo a lo mío. A las dos estaciones, nueva carcajada. Miro alrededor y hallo el motivo de su risa. Dos asientos más allá del suyo, justo en frente del mío, está sentado un señor muy calladito. Lleva traje marrón a rayas, gafas de pasta oscura, una camisa que algún día debió de ser blanca, color de los calcetines que luce bajo los mocasines. Será cincuentón. Y si no habla no es por timidez, sino porque está dormido como un tronco. Y la buena mujer se ríe de las cabezadas enormes que da, al ritmo del traqueteo del tren, que en una curva le llevan a descoyuntarse la cerviz contra el fuselaje y en la siguiente curva le dejan tendido como un niño sobre el regazo de un joven rumano que no sabe ya qué hacer. Varias estaciones más y el rumano se levanta. Al cincuentón, que pierde la estabilidad, se le caen la baba y las gafas. El rumano se las dobla y las deja en el bolsillo del traje. El angelito ni se entera. Ya medio vagón se ríe, con más alegría ahora visto que el tipo no despierta, cabeza para aquí y cabeza para allá. Y empiezan las elucubraciones: ¿cámara oculta? ¿dónde? ¿estará pirirpi que no se entera? A ver si le van a desplumar... ¿cuántas estaciones llevará así? Y en estas, tras la siguiente estación, todos vemos con claridad como una joven de estas de metro ochenta, patas largas con mini-minifalda, bucles rubísimos y abrigo ceñido se le sienta al lado. Las carcajadas se cuelan entre los dedos que tapan bocas, como golpes de hipo o de tos. Y al hombre se le cae la cabeza sobre el prolijo pecho de la joven. Ahí hasta yo me río. La joven respinga, unos jóvenes le chistan, otros le provocan con una pluma y la mujer de enfrente ya se ríe a sus anchas. Cuando dejamos el vagón, yo sé cómo se llama la mujer, cómo era cada persona que llegó al metro, qué tipo de carácter tenía cada uno. Y pienso, qué rara esta mujer, que se reía tan a gusto y no estaba loca.

1 comentario:

  1. ¿No te habrás quedado con el telefóno de la de la minifalda de prolijo pecho?

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