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miércoles, 23 de mayo de 2007

Los peristas

El lenguaje evoluciona al ritmo en que varía la vida, creemos -sobre todo por lo que dice el Diccionario de la RAE-.
Por eso iniciativas como la que apuntaba hace unos cuantos post, la de las palabras apadinadas, antiguas expresiones que usábamos antes y que ahora, o no las necesitamos, o las hemos sustituido. Y en el peor de los casos, olvidado.

Pero no siempre es así. Por ejemplo. Dice el DRAE:
"Perista: Persona que comercia con objetos robados a sabiendas de que lo son"
Yo no diré tanto, ni mucho menos, pero cada uno que piense lo que quiera. Vamos con ello:

Tenía algunos monitores viejos que ocupaban mucho espacio y de los que necesitaba deshacerme, y encontré la opción de verderlos a una tienda de compraventa de objetos, bastante conocida.
Sola en casa, un lunes de puente por la tarde, enrolé a una amiga para que pasara a recogerme con el coche. Con estos bracitos de mantequilla bajé los monitores del altillo, uno a uno los metí al ascensor, uno a uno los llevé hasta el exterior del portal, uno a uno los subí al coche cuando ella llegó.
De nuevo con los mismos bracitos, ya más hinchados tras el esfuerzo anterior, uno a uno saqué los monitores del coche a la acera y uno a uno, pasito a paso como las hormigas, los fui acercando hasta la puerta del local.
5,10 pm

Había ya en esta tienda de compraventas -acceso por puerta "ventas"- una media docena de personas esperando turno, cada uno con sus paquetes. En ese momento, el mostrador estaba ocupado, oculto diría yo, por una chica morena con un bolso de deporte, del que estaba extrayendo todos los objetos de lo que podía ser una lista de boda homeless: unos doscientos VHS nuevos y envueltos, alrededor de mil CDs de música utilizados, una plancha, batidora, tostadora, sandwichera, un secador, una depiladora...

El proceso de venta esel siguiente: uno llega al mostrador, expone su mercancía. El dependiente pregunta cuánto quiere por ello y, si el material es bueno, cuánto es el mínimo que permite. Entonces, explica que tiene que dar la información a sus superiores, quienes fijarán un precio. Por fin vuelve, ofrece la pasta y se cierra el trato.

Mientras mi amiga y yo esperábamos, fueron desfilando un chico con dos bicis de monte, que recibió cuatro o cinco billetes de 20 euros; un tipo con un portátil Airis que esperó más de media hora para que el dependiente para que le dieran 250 euros; otro señor con una cámara de video, uno con un fax que se fue sin vender...
Y con nosotras esperaban unos cuantos señores que entraban y salían, que veían aparecer a alguien y le llamaban por su nombre. Señores flacos y con pocos dientes, con mala dicción y cierto aliento a vino.
En un momento dado, tras muchas quejas porque llevaban esperando demasiado, un nuevo dependiente asomó la cabeza. Los señores flacos se levantaron saludándole con confianza. Se reunieron en una esquina del mostrador y uno de los señores flacos abrió una bolsa negra y le mostró una ¡...radio de coche!
-Que esperemos un poco -comunicó el señor flaco, volviéndose a otro señor desdentado.
Yo miraba el cartel sobre mi cabeza, ese que avisa de que todo el mundo debe identificarse porque la policía inspecciona a diario la mercancía comprada...

Por fin me tocó el turno. Cargué con ayuda de los señores con aliento a vino los monitores sobre el mostrador y exhibí una sonrisa.
-¿Cuánto pides por ellos? -pregunto el dependiente.
-Bueno, le has dado 250 al del ordenador -argumenté-, así que dame a mí 200 por todo.
-Voy a preguntar.
Tuve suerte y, al menos, salió enseguida. Seguro que había ido a fumarse un cigarro.
-Lo siento -mal comienzo-: Te ofrecen 10 por cada uno de los grandes y 3 por el pequeño.
23 euros.
Las 7,05 pm.
Dos horas, cinco moratones, tres monitores. 23 euros.

Muertas de vergüenza y risa, mi amiga y yo salimos.
-Si lo llegamos a saber -nos dijo uno de los señores flacos- te los compro yo en la puerta.

-Fíjate -le dije a mi amiga-, estas son las nuevas almonedas.
-No. Son los nuevos peristas.

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