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viernes, 11 de mayo de 2007

La democratización del arte. Rasgos.


Sí, sí, es un tema tostón...

La democratización del arte, ¿quién acuñaría la expresión?, no sólo tiene la vertiente del proceso creativo, que hace que cualquiera se pueda convertir en un artista serie B.
También se trata, al parecer, de que todo el mundo acceda al mismo arte. Es el bello concepto de la igualdad de oportunidades, no?
Pero no todo el mundo puede tener un Miró sobre el retrete, para eso las reproducciones.

No iba por ahí, de cualquier forma.

Ayer me decía una artista de 81 años, mujer cineasta y documentalista reconocida y con razón, que le sorprende lo viva que está Madrid en actividades culturales.
No estoy tan de acuerdo, porque igual que la iniciativa empresarial, la artística está de capa caída en esta generación nuestra, opino.
Es verdad que ha gustado mucho la iniciativa de nocturnizar las citas artísticas (la noche en blanco, la noche de los teatros, la de los libros... suma y sigue), pero ahí estamos entonces todos, borreguitos jóvenes y sedientos, ovejitas maduras y ociosas, corderitos gregarios de toda edad y condición, acudiendo inconscientes e ignorantes hacia el aspa roja marcada en el plano de la ciudad.

Y hay clichés, y a veces es por fortuna. El otro día, en la noche de los libros, se llenó la castellana porque una buena orquesta daba gratis un recital. Mientras, frente al Palacio Real, apenas cien personas sentadas en el suelo se deleitaban con una representación del réquiem. Pero, como lo ejecutaba el coro de la Autónoma, y eso parece cosa de estudiantes, fue menospreciada. Gracias a Dios.
Seguro que no ocurre lo mismo con Tamara Rojo, que bailará el Lago de los cisnes sobre el lago del retiro. Idea de masas, ay. ¿Nos tendremos que pegar? ¿Cuántos móviles llegarán a sonar ahí, al aire libre, mientras suenan los compases? ¿Algún espontáneo alegrará nuestra euforia lanzándose al agua? (porque anda que no es aburrido el ballet, verás que risas de bostezos)
Las masas me dan miedo, y las señoras que se llevan el bocadillo o el tupper de tortilla, que aún las hay, no sólo me dan pánico, sino que me veo que acabo igual.

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