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miércoles, 28 de abril de 2010

Océanos: Lo de siempre, como nunca

Quien quiera sumergirse en Océanos, que tome aire. Con la misma delicadeza con la que surcaban los cielos en Nomadas del Viento, los creadores de esta película recorren ahora las aguas del planeta. No vamos a descubrir nuevas estrellas en el panorama marino. Los personajes son los mismos, los de tantos documentales: ballenas, osos polares, tortugas que salen del cascarón, tiburones, mantas y cangrejos simpáticos, pero no hay ni un solo plano que invite a la siesta de la sobremesa... o al cabeceo de la última fila del cine.


Jacques Perrin y Jacques Cluzaud (será que hay que llamarse Jacques, como Cousteau, para bucear los mares con una cámara) vuelven a buscar el ángulo imposible para sublimar la vida salvaje. Si el objetivo es seguir por tierra y por mar a las iguanas de Galápagos o acompañar en paralelo a los delfines en sus piruetas submarinas hay que imaginarlo primero y contar con 50 millones de euros después. Con criterio y un presupuesto a la altura se puede contar lo de siempre como nunca antes se había visto.

Galatée Films coproduce esta historia que recorre los confines de la Tierra y cuenta con la colaboración de la productora española Notro Films. Los títulos de crédito pueden llegara a aburrir con equipos destinados a diferente contextos submarinos de todo mundo. Hay un escaparate inagotable de paisajes, de puntos de vista, de atardeceres y tormentas, un esfuerzo por crear un estilo sin precedentes.


La película documental más cara de la historia tampoco ha escatimado en extras. Sólo así se puede explicar una batalla al más puro estilo Braveheart, que enfrenta a dos ejércitos de crustáceos o las escenas de amor entre las focas del panorama antártico o el baile de medusas más hermoso jamás grabado.

La realización tiende a la excelencia. Pero sus creadores han conseguido además que escuchemos el sonido de las profundidades, el caminar de un cangrejo o el llanto de un bebé de morsa, el oleaje bajo las olas y el crujido de los caparazones de las langostas cuando se pelean. El espectador se coloca tan en primer plano que acabará palpando la textura de la piel de un pulpo o las rugosidades de un cachalote.


Océanos es un recital de vida al que le sobran las palabras y desde luego, la moraleja, que no aporta nada a la experiencia visual. Hay momentos dramáticos, estremecedores incluso, como la secuencia que muestra el último aliento de un tiburón en el fondo del mar, al que han mutilado sus aletas y su cola. Después de esa escena no hay nada que añadir, la conclusión es obvia.
Daniel Landa

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