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domingo, 1 de marzo de 2009

Los rompe-cráneos y los piercings

Esta noche he cogido un taxi en la Latina. Con un chico. El taxista era un chulo. Un auténtico macho ibérico, ejemplar ejemplarizante del violento rompe-cráneos que habita en las laderas asfaltadas de Madrid. Con un comentario absurdo e inocente -tipo "ves como aquí no se puede dar la vuelta... Teníamos que haber cogido el taxi un poco más abajo"-, el propietario del taxi con licencia número O9834 nos ha echado del vehículo al grito de "pues a mí me toca los cojones donde queréis coger el taxi! Qué pasa? Que os vais a bajar, hijos de puta?!"
Y nos hemos bajado, claro.
Nos ha seguido, y mientras yo intentaba ponerle de manifiesto, de muy buenos modos, su total falta de cordialidad, su manifiesta agresividad, el taxista histérico se daba a los gritos y amenazas con mi compañero de taxi. Incluso ha salido del habitáculo, dispuesto a liarse a ostias. Yo no existía, no estaba allí. Mis frases no hacían mella en la conversación ajena. Una ha surtido efecto: "Nos vamos a la policía y que ellos determinen si te pagamos los 3,20 € de los cinco metros que has recorrido".
A la policía que nos fuimos, dos jóvenes agentes. Mientras mi compañero discutía sobre la burocracia necesaria para inmovilizar y sancionar al asqueroso ejemplar de rompe-cráneos, yo me fui con el otro policía a preguntarle si pagaba o no. Oía al otro policía y a mi compañero de taxi proferir muchas palabras, muchos argumentos, muchos de ellos entrecortados por el calor del momento de indignación. Y el agente que me acompañaba, en pocas palabras, me dejó ver que podía no pagar y estar dos horas en comisaría, no pagar y ser denunciada, denunciar al energúmeno -con pocas posibilidades- o pagar y pedir recibo para ir mañana a reclamar en la compañía. Con esta última opción, aún he tenido ocasión de desahogarme y soltarle dos verdades al tipejo, influenciado claramente por algún estimulante ilegal.
Fin del episodio.
Reflexión: No se han partido la cara el taxista y mi compañero porque yo estaba delante. ¿Por cortesía? ¿Por cobardía? En absoluto. Es porque, en el fragor violento de la discusión, yo no estaba presente a sus ojos. La chica no está, no existe. Y eso pasa siempre que hay una pelea en la que se ven involucrados una chica, un adversario, y otro hombre. Ella no existe. Ni se le escucha ni se le ve.
Conclusión posterior: Algunas chicas -algunas, pero no por ello es menos cierto- se ponen piercings, se tatuan, se visten con ropas masculinas, se rapan el pelo, entran en bandas y se comportan como tíos para que a ellos se les olvide que son hembras, para que se oigan sus protestas en un mundo dirigido por la testosterona, cegadora y agresiva, de los gallos del corral.

1 comentario:

  1. Triste episodio, sin duda.

    Dejando aparte lo desagradable de la situación, no se si tu reflexión es del todo acertada.

    Es decir, das por cierto que a las chicas se os ignora en las peleas, no se os ve. Pero ciertas veces (no digo siempre, ojo), sólo hay peleas cuando hay chicas delante, supongo que desatáis la testosterona de los "machos" con vuestra presencia y a partir de ahí ya la guerra no va con vosotras.

    Y en cuanto a tu conclusión, no estoy seguro si las chicas que "se visten con ropas masculinas" "y se comportan como tíos" lo hacen con el objetivo que tu comentas, personalmente no creo que en su mayoría sea para poder protestar. Supongo que la mayoría de ellas tiene motivos mucho más complejos como para simplificarlo de este modo.

    Aparte todo esto, y volviendo al incidente, el derecho a la pataleta es un derecho muy de aquí, que únicamente sirve para desahogarse y dar salida a la adrenalina cual testosterona de los "machos" en las peleas y discusiones.

    Prefiero, siempre y cuando tenga la sangre fría en el momento, agarrar al tipejo en cuestión, montarlo en el coche de la policía e irnos juntos a comisaría a poner la denuncia correspondiente, la cual seguramente acabará en el archivador cilíndrico vertical.

    Pero al energúmeno de turno le dará tiempo a bajar sus humos, habrá perdido dos horas de recaudación y durante ese tiempo no habrá incordiado a más clientes.

    Y es mejor venganza, además servida bien fría como dice el refrán.

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