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jueves, 13 de diciembre de 2007

Tradición y gran ciudad

"Soy rural. De un provincianismo congénito que mira con ojos esquivos todo lo que huele a cemento más allá del revoque de las paredes. Cuando era joven y saltaba por las peñas, como Heidi, cantaba Mediterráneo a voz en grito en las estrofa en que Serrat le iba a dar verde a los campos y amarillo a la genista y no tenía que mirar el diccionario para localizar la palabrita porque en nuestro monte también crecía la retama de flor amarilla.

En esta ciudad que ahora se convierte en 'grande' fui una de las primeras fumadoras públicas, divorciadas a escondidas y conductoras de Mini Morris, que las mujeres de entonces no es que fueran muy liberales... Las tapas en las calles, los vinos con sifón, las barricas para apoyar el pincho siempre han formado parte de la gracia que tenía Logroño, como las cuadrillas maduritas de las terrazas de los cafés, repantingadas por todo el ancho de la acera, llamando a voces al amigo que pasaba, al que habían visto el día anterior.

Mis hijos le compraban chucherías al Tolo, chicles de a peseta y polos de limón, antes de bajar con las toallas a la Playa sin mar del Ebro, a esas piscinas de bordes de piedra y mosquitos histéricos. En esas tardes de verano llevé a mi hija por primera vez al cine, al antiguo Sahor de sesión continua, donde vimos E.T. tres veces seguidas.

Entrar a la estación del tren me da pudor. Me ha visto partir entre un grupo de hippies rumbo a París con billete de ida, y regresar por sorpresa de Madrid cargada de maletas. Me ha visto, y no me avergüenza, llorar durante cincuenta kilómetros por el amor al que decía adiós desde la ventanilla.



Ahora Logroño tiene que convertirse en una gran ciudad por mandato soberano de la Ley. Eso se nota en las calles como pistas de aterrizaje y plagadas de vallas, de nuevos complejos cinematográficos llenos de malas películas, de paneles informativos de obras, de ordenanzas contra el ruido, contra los fumadores, contra los bares, contra los botellones, contra la visión de las vías del tren medio abandonadas (...)"




Sí, así era. Y a todo esto hay que añadir que en tiendas, bares y mercados te llamaban por tu nombre y preguntaban por tu madre y por tu tío. Y el cuarto café o la tercera ronda te salían por la cara. Es paradójico, eso sigue pasando en Madrid, donde te ponen la tapa, casi te piden que no te vayas, el camarero acaba dejando el trapo para hablar contigo desde el borde de la barra y la última siempre es la penúltima, que para algo invita la casa. En Logroño, la ciudad pequeña, ya no. Que quiere ser grande.

1 comentario:

  1. Se te ha olvidado las jotas que se cantaban en los bares en cuanto se reunía una cuadrilla con unos chatos en la mano y poco a poco se iba arrancando todo el bar. No me voy a poner melancólica que empiezo por las jotas y te acabo hablando de Lucero...

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