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sábado, 14 de junio de 2008

EL FERRARI Y EL BASTÓN


Por esas tierras de Castilla, anchas y planas como el pecho de un varón –de unos más que otros- andábamos sobre ruedas hace unos días mi amiga Elenita y yo misma, a bordo de uno de esos Ford Focus que se han vendido como churros. Con el solecito de la tarde paramos a tomar café en una mítica estación de servicio de la A-1, una que está rodeada de huertas burgalesas.
Y conforme salíamos del bar fumándonos el cigarro del café (porque, claro, ya no se puede fumar en las cafeterías de las gasolineras) bajando hacia el coche para reemprender camino. Y entonces una luz roja nos cegó. Era el resplandor de terciopelo metálico de un Ferrari rojo nuevecito, nuevecito, que llevaba la etiqueta aún colgando de las crines del caballito.
-Mira, un Ferrari –advierte Elenita con buen juicio y cierto desinterés (es muy pija).
Miramos y, entonces, el silencio.

-Pero ¿cuántos años tiene ese señor? –pregunto yo, mirando alucinada al que me parecía, cuando menos, sesentón conductor del Ferrari.
Elenita y yo debatimos entre risitas teorías sobre la pitopausia –menopausia masculina-, la crisis de la mediana edad y la de la tercera edad, el Euromillón, el macho alfa dominante y la proyección del eros en los objetos fetiche de la hombría, cuando ella se descolgó diciendo:
-¡Ay, ay! Que saca el bastón!!

Ya al borde de la carcajada, me giro y le veo por fin en toda su hechura. El hombre del Ferrari no era un sesentón ni tenía pinta de premiado de la Lotería. Era un abuelo de huerto, clásico, con su rebequita azul marino de lana, sus pantalones de pana, un sombrerito tirolés de fieltro y… las bambas. ¿Quién conduce un Ferrari con bambas, por amor de Dios? Pero si a Jesulín de Ubrique Ferrari no le quiso vender un coche, ¿quién se lo ha regalado a este señor?! Las manitas a la espalda, claro, el vientre abultado hacia delante, mostrando en lo alto lo que era no un cinturón –de ciudad- sino la correa, la misma correa fina de hebilla dorada que quitaban los abuelos para darle zurras a los nietos.

Ahí nos quedamos, mirándole como caminaba hacia el bar, seguras de que iba a pedir un quemadillo, con la boca abierta y una risilla contenida cuando, a nuestra espalda, una pareja de muchachos de nuestra edad en otro Ford Focus, que también miraban al dueño del Ferrari fascinados, llegaron fumando hasta nuestra espalda.
-¡Vaya máquina lleva el abuelo, ¿eh?!

1 comentario:

  1. Genial el abuelo. Cómo me gusta derribar los prejuicios. Yo le daba un Mc Laren y le ponía a Hamilton una boina para plantar Huertas.

    Liwak

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