Los poco más de mil vecinos de Hay-on-Wye no veían clara la iniciativa de Richard, pues era una zona rural poco turística y desarrollada. Pero confiaron y, en poco tiempo, los edificios abandonados se fueron poblando de estanterías, libros y legajos, y sus habitantes se convirtieron en libreros. Richard Booth quería fundar el primer Pueblo del Libro del mundo.
Pero el Gobierno de Londres no se movía para revitalizar la zona y, en vez de mandar proyectos a las instituciones, Booth decidió dar un golpe de efecto: desde la poltrona de su castillo, proclamó el reino independiente de las islas británicas de Hay-on-Wye, se nombró rey (el rey Ricardo Corazón de Libro) y declaró primer ministro a su caballo.
Por supuesto, era una intentona destinada al fracaso… sin embargo, volvió hacia su pueblo
todas las británicas miradas y unos años más tarde, en 1995, había conseguido rehabilitar el pueblo y recibir un millón de visitantes, enamorados de las cuarenta librerías de la localidad. A partir de ahí se creó una de las más importantes Ferias del Libro que hay en el mundo y se desarrolló la Organización Internacional de Ciudades de Libros.
En la actualidad, hay una veintena de experiencias similares en el planeta. Y una de esas ciudades del libro está en España. Es Urueña, en Valladolid, la Villa del Libro. Con poco más de doscientos habitantes, hay doce librerías funcionando en el pueblo. Engastadas en sus murallas, sólo dos de ellas tienen escaparate. Casi todas son librerías de viejo, pero también hay una dedicada a los libros infantiles, llena de desplegables y de magia, otra -institucional- centrada en el vino, o una especializada en caligrafía antigua.
tesoro en papel
Cuesta verlas, a veces. Están repartidas por todo el pueblo y carecen de escaparate, casi todas. Pero una vez se franquea su puerta, un microclima pacífico con aroma a encuadernación y a madera llega al visitante receptivo. Cuando un librero abre un establecimiento le construyen el local y él -o ella- lo adorna con nostalgia bibliófila de las mejores tiendas de libros antiguos o descatalogados que haya conocido jamás. Ellos, los dueños, son Cicerones expertos que acompañan la búsqueda del visitante. Pero este fue un proyecto auspiciado por las instituciones, no una iniciativa espontánea, y los libreros se lamentan de la falta de atención a sus propuestas. Es difícil vender libros hoy en día, por eso consideran que necesitan más apoyo y la intención de los gestores de llevar más público hasta los libros. Es una pena, pero la evidente seducción de Urueña no basta, parece.
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